lunes, 30 de abril de 2018

Una lente especial

              El viernes a media tarde cayó un buen chaparrón. La lluvia nos azotó con potencia durante unos diez minutos, y la acompañó una granizada como yo no había visto en esta zona en años. Después estuvo lloviznando a intervalos, no demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para limpiar la atmósfera.

Ayer domingo, en mi paseo con Fibi me llevé la cámara, pero estas primeras fotos que pongo aquí las hice la primera el sábado y la segunda ayer, ambas con el móvil. Quería que fueran desde el mismo lugar y a la misma hora para que podáis ver la diferencia.



Esta es del domingo  ¡¡Menudo cambio!!


¿Quién me iba a decir a mí el sábado que iba a encontrarme con un paisaje tan bonito? El sol, oculto entre las nubes perla, parecía la luna. Se podía contemplar sin sentir molestia en los ojos porque era más un suave reflejo dorado que la luz potente y cegadora a la que estamos acostumbrados.
Estuve un rato parada observando como entraba y salía de entre los cúmulos, haciéndolos brillar, irisándolos en los contornos cuando los hería con sus rayos. Pensé que era una pena no haber cogido la cámara, pero me contenté pensando que, de todas maneras, hubiera necesitado un filtro o un objetivo muy especial para captar la imagen tal y como yo la estaba percibiendo.
No era sólo el color del cielo, que parecía reflejar el acero de un mar casi sin olas; no era únicamente que todo parecía estar envuelto en una atmósfera mágica, fresca y revitalizante. También era el suave roce de la brisa marina en mi rostro, y el canto de los gorriones desde las palmeras. Era el olor a limpio, ese aroma a “mundo recién lavado” que se queda en el ambiente tras una tormenta.
Al dejar el paseo de la playa, llegando a la estación del tram, hay un par de pinos bastante frondosos desde los que suelen saludar las tórtolas. El sábado no pude verlas, pero en el aire se respiraba un perfume de resina, de brotes verdes y savia nueva. Normalmente no huele así porque el aroma de las algas y del mar lo inunda todo.
Ayer en cambio ya olía a verano como siempre. El camino que lleva a la playa estaba lleno de gente que se dirigía a tomar el primer baño de la temporada. Las tórtolas, que el sábado no asomaron la cabecita, estaban por todas partes. Parecía que el mundo se estaba despertando después de haber hibernado un solo día.



Las flores siempre parecen más bellas tras la lluvia, y atraen a abejas y avispas. Las caracolas se pusieron de acuerdo para estirar las patitas desde sus conchas; el gato dejó de asearse para contemplarme con esos enormes ojos color mar, y la tórtola se esponjó para intentar camuflarse y parecer una piña más.



Tanto el sábado como el domingo, todo lo que vi me pareció precioso. Se bien que con mi cámara no puedo captar esa belleza, no porque no sea potente, o porque le falte capacidad, es porque no existe un aparato que pueda recoger y plasmar la esencia de lo que yo veo o el modo en que lo hago.
Me haría falta una lente especial o un objetivo que pudiera poner en modo “ojo enamorado”. Quizá así lo consiguiera.




Si te ha gustado este paseo, te invito a acompañarme a estos otros:


* Compañeros de paseo 
* Ena(mar)morada
* Un paseo por el parque La Marjal




viernes, 27 de abril de 2018

Un mundo de imanes



Antes de alejarme de este “mundo paralelo”  recibí en casa algo me hizo mucha ilusión, un premio que había ganado en un concurso que hizo Chelo en su blog. Se trataba de un precioso trébol-imán, el “Shamrock” irlandés, emblema de esta nación y símbolo de la buena suerte.


                  Mirad qué bonito es y qué preciosidad de tarjeta personalizada me hizo Chelo.


            Fue una sorpresa genial a la que quise dedicarle una entrada por entonces… y ya que no lo hice, he querido incluirlo en mi post de hoy.
            Me encantan los imanes, tengo un montón. Unos están puestos en el frigorífico, otros invaden la pizarra magnética que tengo en la cocina donde anoto la lista de la compra, y otros los guardo con los adornos navideños y los saco el 8 de diciembre para colocarlos con el resto de la decoración.

Tengo imanes de muchos lugares, casi todos ellos son regalos de gente que me aprecia. Tengo uno de Asturias, que me trajo mi amiga Tere; otro de Alessandria, Italia, que me envió mi amiga Anna desde su país. Ah, y desde hace un mes tengo cuatro más que me compraron Tere y su flamante esposo durante su viaje de novios.


Mis sobrinas Ana y Lucía me compraron uno cuando fueron de viaje a Cuenca y mi sobrina Paula me lo trajo de Londres, de la National Gallery. De mi hermano Quique y su mujer también tengo dos, el de Praga y otro de cuando hicieron el Camino de Santiago. El de Barcelona es de mi hermana y el  patito de madera también. Este último lo cortó y pintó ella hace muchísimo tiempo y es mi favorito.

Siempre dejo uno (o dos) de Navidad para recordarme que depende de mí que mi fiesta favorita dure todo el año. El muñeco de nieve ha sido el “imán indultado” del 2017-2018. En cuanto al pollito es un reloj de cocina, se lo regalé a mi madre y le encantó, ahora me recuerda a ella.


Los demás los he ido comprando por ahí: en puestos de los “hippies” en la Playa de San Juan, en las tiendas del paseo de Campello; en una quedada con un grupo de escritores que hicimos en Granada,  y en tiendas como “A Loja do gato preto”, que me encanta, “Casa”, “Ale-hop”  o “Tiger”.
Ahora el trébol de Chelo ya forma parte de mi hogar, de mi pequeño mundo de imanes. Así que con mucho, mucho retraso…
¡¡Mil gracias, Chelo!!

Y a todos, feliz fin de semana. ¡¡Hasta el lunes!!



jueves, 26 de abril de 2018

Soldados de plomo - pequeño poema infantil


      Hoy quiero compartir con vosotros este pequeño poema infantil. Era parte de una historia que comencé a escribir hace mucho, mucho tiempo y que nunca llegué a terminar. Era un relato muy largo y no me gustaba nada el desenlace que se me metió en la cabeza, así que desistí de escribirlo, pero rescaté los poemas porque me gustaban. Espero que a vosotros también os agrade este. 










Soldados de plomo

Jugué ayer con mi hermanita
a los soldados de plomo;
tocaba pasar revista
y vino a ayudarme un poco.

Primero los puse en fila
y revisé su uniforme
para ver si estaban limpios
y abrochados los botones.

Después de decir sus nombres,
uno a uno, con un gesto,
contestaron mis soldados:
“¡A sus órdenes, sargento!”.

Dirigimos a mis hombres
hasta un precioso castillo
que papá le hizo a mi hermana
con la madera de un pino.

Allí vive una princesa
prisionera de un dragón;
“¡Mis valientes, al rescate!”
“¡Adelante, con valor!”

Los guerreros, muy alegres
celebraron la victoria;
¡Habían vencido al malvado!...
¡Se cubrirían de gloria!

Mi hermanita se escondió,
el  dragón le daba miedo;
yo la consolé:” ¡tranquila,
pequeñina, es sólo un juego!”.





























Si te ha gustado este poema y te apetece, puedes echar un vistazo a estos otros...

*El ratoncito Pérez
*Paula y la luna
*Para mis "niñas"

miércoles, 25 de abril de 2018

La mejor comida para tomar en la playa

Mi cuento de ayer era breve, pero hoy os dejo esta anécdota infantil. Espero que os guste.



Hoy en día las excursiones escolares de algunos colegios son auténticos mini-viajes, y los críos se lo pasan de maravilla. Cuando yo era pequeña (allá en la prehistoria) a mis compañeras y a mí solían llevarnos a la Playa de Guardamar, que está aquí al lado. No creáis que me quejo del sitio, al contrario, esa playa era un lugar precioso donde disfrutar de un día lejos de las aburridas clases triscando a nuestras anchas pero ¿sabéis qué desmerecía la experiencia? La comida, siempre la dichosa comida.

Ya os conté hace tiempo alguna anécdota sobre la comida del colegio. En este caso no es sólo que estuviera mala, que lo estaba, sino que no era el tipo de tentempié que uno llevaría a la playa. ¿A que no sabéis que nos daban de comer las monjitas para alegrarnos el día de relax playero?  ¡Sopa! ¡¡Nos daban sopa!!
La preparaban allí mismo: se llevaban un perol, lo montaban sobre una fogata y allí entre dunas, como las tres brujas de Macbeth, Sor Sacramento y otras dos hermanas hervían el repulsivo brebaje en el caldero mientras conjuraban ominosas visiones de un futuro muy cercano: veían, estoy convencida, a veinte niñas deglutiendo sus horribles gachas.  
  
            Pero ni siquiera las brujas aciertan siempre en sus predicciones pues ni mi amiga Rosario ni yo bebimos jamás su mejunje. Supongo que lo habríamos hecho de no tener otras fuentes de “aprovisionamiento”, pues no nos apetecería pasar todo el día sin probar bocado, pero Rosario tenía un tío en Guardamar que tenía un bar muy cerca de la playa adonde nos llevaban de excursión. Con las monjas preparando la sopa no nos era difícil escaparnos a hacer una visita de cortesía al pariente de mi amiga… y a hincharnos de todas las cosas ricas que nos sacaban para picar.
Aquellos eran otros tiempos (¡qué vieja sueno a veces!) y a todos les resultaba gracioso que dos crías se escaparan para librarse de una sopa de puntitos grasienta y desaborida. ¡Se partían de risa mientras contábamos cómo nos habíamos librado de las monjas! Hoy en día, con toda la razón, nos habría caído la del pulpo.
            Aunque nos daba pena que el resto de nuestras compañeras tuviera que conformarse con tragar “aquello”, nuestra mayor preocupación era librarnos sin que nadie se enterara… y si lo conseguíamos atiborrándonos de jamón, tortillita de patata y mejillones, mejor que mejor.
Por fortuna, Sor Sacramento jamás se enteró de nuestras escapadas, que se repitieron de forma hábil y sistemática cada vez que nos encontrábamos ante el “planazo” de tener que deglutir sopa en la playa.




martes, 24 de abril de 2018

De dinosaurios y niñas listas…

Microrrelato - De dinosaurios y niñas listas...


Siempre los dibujaba pequeñitos, porque decía que le daban miedo. Un día su madre le prometió que le compraría la muñeca que llevaba meses pidiendo si le pintaba un dinosaurio bien grande. La pequeña cogió un folio y en él esbozó un árbol enorme detrás de cuyo tronco se veía una cola dotada de púas.
_Es que se ha escondido detrás del baobab _ dijo, ante la mirada de pasmo de su progenitora_ pero es grande, mamá, te lo prometo.
Paula tuvo esa misma tarde la muñeca prometida.















Para mi Paula, que aunque ya va a cumplir los diecisiete, sigue siendo mi nena.

lunes, 23 de abril de 2018

Un visitante inoportuno


Ayer, mientras tenía que renunciar a mis propósitos de fin de semana a causa de un achaque reumático, me acordaba de las palabras de Pedro Fabelo y de como define al dolor (en su caso ciática) en uno de sus posts. (Si no conocéis su blog, cosa que dudo... ¿¿¿a qué estáis esperando???, os encantará).
Aunque son ya muchos años tratando con el malestar y aguantando sus excentricidades e incómodas visitas, para mí el dolor no es un “enemigo íntimo”, ni siquiera un “viejo enemigo”. Lo definiría como un conocido bastante plasta (yo no llamo amigo al que actúa así, enemigo tampoco), que se presenta en tu casa sin ser invitado y del que no te puedes librar. 
Ese visitante inoportuno se apoltrona en el sofá y empieza a hablarte de su vida, haciendo caso omiso de tus miradas de soslayo al reloj. Cuando se hace notar tienes la impresión de que va a quedarse ahí para siempre, fundiéndose con el “plaid” y con tu almohadón favorito y, aunque no le estás prestando atención, su monótona charla te machaca las sienes reverberando en el cráneo como un eco desquiciado.
Como no consigues que se marche, te joroba todos los planes, te inhabilita para hacer tu vida normal regalándote una sensación de frustración terrible. Cuando al final se larga, te dices a ti mismo que no debe volver a suceder, pero aunque pones todos los medios para que la situación no se repita, a las pocas semanas retorna. Y esta vez no se queda en el sofá, qué va, el desgraciado con cualquier excusa se te mete en la cama.


Al principio, cuando lograba librarme de él me decía: “espero que no vuelva nunca, nunca”. Ahora ya sé que, haga lo que haga, va a regresar a darme la paliza (por decirlo con finura). Pero quizá el hecho de verle así, como a un visitante inoportuno y algo “coñacete” que se quedará conmigo un tiempo, me ayuda a no agobiarme demasiado, a no “enfadarme con él”.
Si bien no me hizo gracia tener que cambiar de planes, pude hacer otros sin comerme demasiado la cabeza. Después de todo, pensé que si iba a tener que aguantarlo… ¡al menos que me pillara de buen humor!
Eso si… ¡¡¡espero que se largue cuanto antes!!!










 Con buen humor, las cosas saben mejor

viernes, 20 de abril de 2018

¡Vaya fauna!

¡Vaya fauna! - Un paseo (con fotos) por la idiosincrasia "playera"

Los que vienen de visita por la zona donde vivo, dicen que aquí tenemos una "fauna" muy peculiar, y no aluden ni a los perros, ni a las gaviotas ni a ningún otro animal. Se refieren a nosotros, los lugareños.

¡¡Están locos estos humanos!!

Una de las veces que escuché de un extraño la frasecita "vaya fauna" iba acompañando a una crítica sobre manera en que nos vestimos aquí para salir a la calle, o mejor dicho, el modo en que "no lo hacemos". No nos arreglamos, es verdad, si tenemos que pasear al perro o tirar la basura salimos con lo que más nos acomoda. En mi caso, en verano es camiseta y pantalón corto y en invierno chándal y un chaquetón que ya debería haberse jubilado hace años. Yo soy de las más discretas, desde luego, porque he visto salir a varios de mis vecinos ataviados tan sólo con un batín o directamente en pijama. ¡Sí, para salir a la calle! La verdad es que todo está a dos pasos, pero bueno, no deja de ser algo llamativo para los que lo ven por primera vez.
Otra cosa curiosa que forma parte de nuestra particular idiosincrasia es el modo en que preguntamos los unos por los otros. Algunos sí saben el nombre de sus vecinos, pero la mayoría se refiere a ellos como “el papá o la mamá” del perro al que pasea (los nombres de los peludos SI los conocemos todos, faltaría más).  A mi esta costumbre no me hace demasiada gracia, yo no soy la madre de Fibi, prefiero que digan que soy su dueña… aunque tampoco me veo como tal, porque más bien manda ella en mí… así que soy su “má”, y listos. Una cosa a medio camino entre mamá y ama. Pero eso no se lo cuento a mis vecinos, claro está, os lo digo a vosotros en "petit comité". ¡¡Qué pensarían de mí en la psico-panda si se enteraran!!
Algunos de mis vecinos llevan comida a los gatos que viven por los espigones, aunque ellos se saben buscar muy bien la vida. Tienen una pizzería, un pequeño restaurante y un bar del que sacan su buena ración de alimento. Otros, más listos si cabe, esperan pacientemente al lado de los pescadores porque saben que algo les cae seguro. Este señor de la foto SIEMPRE estaba acompañado por un gatito. Ahora ya son tres los que le siguen como sombras.

                                                Esta foto es del año pasado.

También tenemos a los que les dan de comer a los pájaros. Yo me incluyo en este grupo pero a mi no se me ocurre echarles comida a las palomas por el balcón, yo les pongo a mis gorriones un plato para el pan y otro para el agua, en un rinconcito, y no tiro nada por la ventana. Otros, sin embargo, prefieren hacer llover mendrugos de pan (que nos caen a los demás en nuestras casas) antes que ensuciar su propia terraza. En fin.



         Hay quienes sacan a sus peludos a dar largas caminatas por la playa; otros, en cambio, dejan que sus mascotas les paseen a ellos. No veáis lo contentos que iban estos dos tirando del monopatín y lo que corrían. 



Y luego hay alguno que se baja a los banquitos del paseo a hacerse la manicura. Este es otro de los momentos en que he oído que se referían a nosotros como "fauna curiosa" y en este caso no podían tener más razón. Curioso es, el hombre. 



Por supuesto también tenemos a la típica señora chiflada por los bichos, que va por la calle acariciando y fotografiando a cuanto animal se pone a su alcance, tarareado cancioncillas y silbando a los gorriones. El otro día acerté a hacerle una foto a uno de estos “ejemplares”, aunque sólo pillé su sombra…


Anda, pero ¡¡¡si soy yo!!!
No, si van a tener razón cuando dicen eso de “Vaya fauna”...

jueves, 19 de abril de 2018

El príncipe rana (criticar desahoga)


        Algunas veces algo que leo o veo en la tele me revuelve sentimientos y me pongo belicosa. ¿ Qué hago entonces? Mi salida ante la frustración, mi desahogo personal es escribir, y si puede ser integrando el humor, la ironía, el sarcasmo o la autocrítica, mejor que mejor.
         Creedme, criticar -en especial sobre el papel/teclado- desahoga.




El príncipe rana

(poemita borde de los que me pirran)


Se de un “príncipe de cuento“
que cambió su forma humana
para convertirse en rana…
¡podéis creerme, no miento!

Al principio parecía
que era mi príncipe azul
transparente como un tul…
pero todo fue mentira:

Era un enano egoísta
caprichoso y muy veleta
que cambiaba de chaqueta
como quien cambia de rima.

Me engañó, sí,  porque yo era
una joven inocente
y él muy, muy mala gente
y me vendió una quimera,

robándome el corazón
mi juventud y alegría…
por eso esta poesía
le dedico sin perdón:

A ti, ladrón de emociones
sin sangre azul en las venas
generador de mis penas
y destructor de ilusiones

A ti, sapo miserable,
sucia rana nauseabunda,
¡gracias al cielo no abunda
gentuza tan deleznable!

Aunque no te lo parezca
te juro que te he olvidado,
y si hoy te he recordado
es porque quería “gresca”

Pues viene bien desahogarse
un poco con el pasado.
Y es que, aunque estés desfasado…
¡¡me apasiona criticarte!!

































miércoles, 18 de abril de 2018

Una de sueños curiosos...


¿No os ha pasado alguna vez que estáis tan cansados que no podéis dormir? Pues a mi ayer me sucedía eso, estaba agotada pero no había manera de conciliar el sueño así que decidí  tomarme una dormidina.
Lo que me sucede con esta pastilla es curiosísimo porque con sólo una sexta parte de la misma ya entro en coma. Mi hermana dice que es el efecto placebo, que es imposible que tan poca cantidad haga un efecto tan potente, y puede que tenga razón, pero el caso es que he dormido nueve horas de tirón, con sueños curiosos incluidos.
Uno de ellos quizá se deba a que había estado leyendo algunas horas antes el blog de Kirke. Como ella, en ese sueño participaba en un curso de Escritura Creativa. Lo organizaba el Ayuntamiento de mi ciudad pero en lugar de celebrarse en un aula corriente, nos llevaban a una isla paradisíaca y nos alojaban en un hotel de primera, con jacuzzi en las habitaciones y todo. Igualito que en la realidad, vamos.
Una vez hubimos acomodado el equipaje, que venía en baúles a lo Harry Potter, nos reunimos con nuestra profesora junto a la piscina del hotel, donde había organizado un bufé en nuestro honor. Además de infinidad de tartas deliciosas, teníamos a nuestra disposición un montón de objetos de entre los que teníamos que elegir dos para hacer un relato. Mis compañeros y yo nos lanzamos sobre ellos como aves de presa, dispuestos a pillar el mejor botín. Al terminar la refriega había conseguido un plátano algo espachurrado y una corona. Eso y una tarta de chocolate recubierta con nata que me proponía devorar a la primera ocasión.
Cuando me disponía hincarle el diente al pastel tuve una idea genial para el relato pero no tenía a mano nada para registrarla. Con mi memoria de pez si no la escribía acabaría olvidándola ¡¡y no podría ponerla en el blog!!! (Aquí el curso de escritura creo yo que me importaba un bledo). Me recriminaba a mí misma no llevar conmigo en todo momento una libreta de notas, como las que solía llevar en el bolso.
A falta de pluma y papel anoté mi historia, con letra muy pequeñita, en la cobertura de la tarta, pero cuando me decidí a llevarla  hasta mi habitación para poder transcribir el texto tropecé con uno de mis compañeros de cursillo… y la tarta se convirtió en un bonito cuadro abstracto en el pavimento.
Entonces me he despertado. He intentado recordar la historia del plátano y la corona, pero no ha habido forma de evocar nada ¡¡qué rabia!! ¡¡Con lo genial que me parecía en el sueño!! Me da a mi que, a partir de ahora, voy a tener que llevar mi libreta de notas hasta dentro de la cama.

Feliz día a todos

                                    Imagen de la red, la eliminaré del blog a solicitud del autor

martes, 17 de abril de 2018

Clotilde (micro relato)


 Hola a todos. Os dejo este micro. Aunque no todo es cierto, mucho de lo que os cuento está basado en "hechos reales". Espero que os guste.

Clotilde

Cuando era niña viví una temporada en la casa de campo de mi tía MariLola. Me gustaba mucho visitarla, me llevaba muy  bien con ella y, además, tenía una habitación para mí en la parte de arriba del edificio, un cuartito abuhardillado que me hacía soñar.  A través de las ventanas se podía ver el huerto y llegaban hasta ellas las ramas de un enorme eucalipto en el que anidaban los gorriones. Por las mañanas era su canto el que me despertaba, y desde entonces ése es el sonido que más me gusta y me relaja.
La tía MariLola  me dijo que podía decorar a mi gusto la habitación (había llevado conmigo peluches y fotos como para llenar varios dormitorios) pero había una pequeña condición: no podía molestar a Clotilde.
Clotilde vivía sobre mi cama, en el techo, justo encima de la almohada. Era pequeña, con el abdomen algo hinchado, patilarga y no muy peluda. Al principio me daba un poco de impresión pensar que dormiría con ella colgando sobre mi cabeza, pero la tía me contó que  la pequeña araña tejía su red para protegerme de los malos sueños, que quedaban atrapados entre sus hilos hasta que desaparecían. Puede que fuera porque sólo tenía cinco años pero, ¡¡qué ilusión me hizo entonces tener a mi nueva amiga en la habitación!!
Cada noche al acostarme parecía que me estuviera esperando. Mientras me arropaba, la tía me contaba que se estaba asegurando de que su telaraña fuera lo suficientemente fuerte para resistir los embates de las pesadillas y que por eso se colgaba de un hilo o saltaba sobre ella. Siempre dormí como un lirón en mi pequeño cuarto abuhardillado, así que llegué a creer que mi amiguita de ocho patas me cuidaba durante el sueño.
Han pasado muchos años desde entonces y aún la recuerdo. Supongo que porque la asocio a la etapa más feliz de mi vida, a esos días en que la mayor de mis preocupaciones era pensar si dedicaría la mañana a mirar cómo nadaban los renacuajos de la charca o a recoger y devorar tomates en el huerto. Clotilde es para mí como el canto de los gorriones: representa el amor de una tía por su sobrina, es el símbolo de mi infancia, de una etapa de inocencia, de esos días en que tenía fe en las hadas y era capaz de creer que una pequeña araña me protegía de las pesadillas.
A veces, sólo a veces, miro con nostalgia hacia mi pasado y… ¡Cuánto te hecho de menos, Clotilde!
                                                                               Imágenes de la red. Las eliminaré del blog si el autor lo solicita

lunes, 16 de abril de 2018

El fin de la "Pandilla psicótica"


Creo que aún no recibía demasiadas visitas en el blog cuando hablé de la “psico-panda”. Os hago un breve resumen para poneros en situación.
La “Pandilla psicótica” o “psico-panda” es como llamo a un grupito de gente que paseaba a sus perros en manada, todas los días muy tempranito. Solían encontrarse en la playa antes de las siete de la mañana y, a mi entender, estas reuniones tenían por objeto cumplir cuatro objetivos básicos:

1)      Realizar una buena sesión de ejercicio, que es beneficioso tanto para perros como para personas.
2)      Conseguir que las mascotas socialicen con otros canes mientras los amos hablan de lo suyo. Hasta ahora, chapeau.
3)      Permitir que los animales vayan dejando sus excrementos por todos lados, no recogerlos jamás y consentir, si se da el caso, que destrocen el mobiliario urbano (he visto en dos ocasiones a uno de estos chuchos destrozar una papelera).
4)      Jorobar al resto, a los que llevamos al perro atado (en primer lugar, lo paseamos con correa porque es lo que manda la ley y en segundo, porque no queremos causar jaleo) y obligarnos a tomar vías alternativas para no cruzarnos con ellos.



Tuve un problema muy serio con una de las “señoras” integrantes de la psico-panda. Su perro, que jamás va atado, atacó a Fibi. No fue grave porque yo estaba al lado y me lancé sobre mi peluda para protegerla. En vez de pedir disculpas, se dedicó a mentir sobre mi perrita y sobre mí,  y ella y sus amigas se apartaban de nosotras como si tuviésemos la peste diciendo: “es que Fibi es peligrosa” y mirándome con auténtico odio. ¡¡Pero si fuimos nosotras las atacadas y las que nos llevamos el susto!!
Ahí es cuando me di cuenta de que en este grupito están todas (o casi todas) mal de la olla,  necesitan un buen frenopático tanto como respirar, y por eso surgió el nombre. Un nombre, claro está, usado sólo en “petit comité” (véase hermanos, sobrinas y amigos) y en el blog. Discreta que es una.
Pues bien, la psico-panda se ha disuelto. Se les ve pasear por la playa, pero ya no en plan rebaño. Cumplen los mismos objetivos que antes (pasear-ensuciar-molestar), excepto el de socializar. Imagino que habrán acabado por enfadarse entre ellos.
Aunque encuentro más relajadas y hasta simpáticas a algunas de las ex integrantes de la pandilla psicótica (o bien ha dejado de afectarles la presión de grupo o se han dado al Prozac) sigo evitándolas casi siempre. Sólo tengo problemas con dos de ellas, pero tampoco me hace una especial ilusión pasear con el resto. Prefiero ir a mi bola, sin tener que preocuparme de que vayan a atacarnos, disfrutando de la alegre compañía de Fibi y el murmullo de las olas como banda sonora de nuestro momento de relax.




Imágenes de la red. Las eliminaré del blog si el autor lo solicita

viernes, 13 de abril de 2018

La fuente de las gaviotas


Este fuente me encanta, no por su diseño, ni porque esté siempre encendida (¡qué va!) sino porque suele estar llena de pájaros y si hay “bichos”, el lugar adquiere un encanto especial para mí.
  


Está situada en la Avenida Denia, en una rotonda que hay frente a la Clínica Vistahermosa. Al fondo, a la izquierda, podéis ver el castillo de Santa Bárbara. La fuente se inauguró en el año 2008 para conmemorar la finalización de todos los pasos subterráneos y vías rápidas de dicha Avenida, que la conectan con la Autovía A-70 en la entrada norte de mi ciudad.



  Esta otra la hice días atrás, desde el coche. Apenas se ven las gaviotas, pero se puede ver mejor el castillo.

Cuando los chorros no están en marcha, es cuando más pájaros se posan en ella, en especial gaviotas. Siempre he querido sacarles una buena foto, pero cada vez que he pasado por allí o bien iba con prisa o no llevaba la cámara conmigo, pero hace unos días mi hermana me dejó frente a la fuente y pude despacharme a gusto. La rodeé por todos lados y me llegué a meter en la misma rotonda para poder fotografiarlas mejor.
Ya he comentado en otras ocasiones que la Gaviota no es mi pájaro preferido, pero no puedo dejar de admirarlas. Son preciosas estas Argénteas, hacen justicia a su nombre. Las que tienen el plumaje de color ocre son los pollos (los “inmaduros”). Ayer sólo pude fotografiar las que veis, pero en otras ocasiones he llegado a contar más de veinte pájaros juntos, rodeando la fuente.



     



Como tienen cerca muchos colegios, a la hora del recreo las ves sobrevolar los patios, supongo que esperando “robar” alguno de los bocadillos de los niños o alimentarse de los restos.






Nunca he podido darles de comer, se marchan en cuanto te acercas demasiado pero...
¡¡¡ me conformo con sacarles fotografías y disfrutar del espectáculo que me ofrecen!!!

Feliz día a todos

jueves, 12 de abril de 2018

Sueños y realidades



Esta noche ha sido bastante buena, he conseguido dormir seis horas seguidas (¡¡¡qué subidón!!! ¡Récord al canto!). Hasta recuerdo el sueño que he tenido, un sueño genial con el que me gustaría haber podido continuar aunque sólo fuera un poquito más…. Pero bueno, no se puede tener todo ¿no?
            He soñado que alguien, no recuerdo quién, me regalaba un pony. Era un caballito blanco-canela monísimo, algo más pequeño de lo normal, que me seguía a todas partes como si fuera mi sombra. Jugaba con él al escondite, lo llevaba de tiendas (todo el mundo lo veía como lo más normal del mundo) y hasta a una fiesta infantil. Ningún niño podía montar en él, entre otras cosas porque el caballito no se despegaba de mi lado.
            En la fiesta empezaba a sentirme algo agobiada. Mi pony-lapa había comenzado a incomodarme un poco. Entendedme, me gustan los animales cariñosos, pero no tanto. Le conté mis penas a mi amiga Tere y ella me dijo que, en realidad, mi mascota era un príncipe encantado y que tenía que ser paciente hasta descubrir el modo de romper el maleficio por el que había mutado en equino.
            En un principio la idea me pareció muy romántica (siempre me encantó el cuento de “la bella y la bestia” y ya escuchaba en mi cabeza la típica musiquita Disney) pero… pero el pony me topaba con la cabeza, y lloraba muy bajito, lloraba, lloraba…
            Y me he despertado porque Fibi me estaba dando golpecitos y llorando para que la subiera a la cama. Tenía miedo porque chispeaba, ella es así.

            De vuelta a la realidad me he encontrado con mi peluda, que es más que un príncipe… ¡¡es la reina de la casa!! Y, aunque me ha dado rabia no poder continuar soñando, la he subido a mi lado y nos hemos quedado las dos fritas una media hora más. No está nada mal, la verdad.
Mi perrita blanca-canela también me sigue como una sombra, y me da más cariño del que podría imaginar. A veces, tenemos “cosas” en nuestra vida que son más propias de los sueños (como este amor incondicional) y nos cuesta darnos cuenta de ello, aunque yo he tenido la suerte de constatar que, en ese sentido, estoy viviendo un sueño… despierta.

                                                       Mi bolita de pelo

miércoles, 11 de abril de 2018

Discurso interior, epifanía y capón virtual



Ayer tuve un día movidito. Nervios, nervios, nervios.
Empecé la mañana con una visita al dentista, nada grave, menos mal. Ya me veía pagando los empastes a plazos. Y luego trabajo, en casa, si,  pero no deja de ser faena. Quería colgar un post y no pude. Y quería leer mis blogs favoritos, y tampoco pude, así que acabé la noche con remordimientos, frustración y más nervios aún.
 ¡Qué rabia el carácter que tengo! Todo me lo tomo terriblemente a pecho. Cuando retomé el blog hace una semana me propuse escribir de lunes a viernes y sólo por un día que no puedo ya me siento mal. Quiero hacer algo por cambiar esta actitud, por relajarme y no sentirme contrariada si algo escapa a mi control.
Antes de irme a la cama, desilusionada y aburrida, me hice auto-terapia: indagué en mis pensamientos e intenté descubrir qué sentía y ver qué podía hacer por cambiar lo que no iba bien. Ésta es una pequeña muestra de ese “discurso interior” (yo no dialogo, me suelto peroratas, os aviso):
“Hay días en que todo sale rodado, según lo previsto o incluso mejor, pero también hay días ordinarios y otros, como hoy, que dan una ligera grima de lo aburridos que resultan. Monótonos, grises, insustanciales. Todo parece ir a contrapié.
Pero, espera, aunque no salgan según mis esquemas no dejan de ser “mis días”. Y si los catalogo como “grises”, “grimosos” y otros epítetos similares o peores me estoy condicionando a verlos como tales y a sentirme mal en cuanto intuya su presencia.
Es verdad que me hubiera gustado hacer “casi” cualquier cosa (anda que no me gusta exagerar) excepto lo que he hecho, y no porque haya sido pesado o desagradable, es que me apetecían más otras actividades, pero si hubiese intentado relajarme y aceptar lo que me tocaba en lugar de frustrarme por no conseguirlo hubiera sido una jornada mucho más relajante. ¿A que sí?”

Luego llegó el momento de la epifanía:
“Ohhh, qué razón tengo. ¡Que boba agobiarme de este modo! Voy a poner los medios _ me dije_ para que esto se repita lo menos posible”.

Y para terminar me dí un “capón virtual* y me fui a la cama, satisfecha y en calma conmigo misma.

*Cuando hago algo mal y sé que podría hacerlo mejor o cuando sé que tengo que ponerme las pilas y mover el culo para resolver un problema, me imagino a mí misma dándome un capón (cariñoso, que conste). A eso le llamo "capón virtual" (ã todos los derechos reservados). No duele, pero hace casi el mismo efecto: me ayuda a cambiar el chip.

                                                             Feliz día a todos


                                   Imagen de la red. La eliminaré del blog si el autor lo solicita




lunes, 9 de abril de 2018

Barajando cortinas por culpa de un café


El sábado dormí poquísimo y ayer a media mañana estaba para el arrastre. Estaba tan cansada que me preparé un café doble. Maldita la hora.

No suelo beber mucho café. Cuando más lo tomo es en verano, me encanta frío, con hielo o granizado, pero el resto del año apenas lo pruebo de modo que, cuando algún día se me ocurre tomarme uno suele darme (aunque no siempre) unos curiosos efectos secundarios. Uno de ellos es la súper-energía.
Ayer tras la segunda taza de cafetito helado y extra azucarado, empecé a revivir. Ya tenía toda la casa limpia pero NECESITABA moverme, así que me dije ¿y si aprovecho que hace buen día y lavo las cortinas? No lo pensé dos veces.
Antes de nada os diré que mi casa es diminuta, pero tras la ampliación que hice hace dos años, cogiendo parte de la terraza, ahora cuento con un saloncito bastante decente en el que tengo hasta una mesita extensible en la que cabemos seis personas ¡¡qué lujazo!! Ese salón es una ventana al mar. De las cuatro paredes que lo limitan tres y media son ventanales que cuentan con sus respectivas cortinas. Cortinas (siete nada menos) que, aunque no lo parece a simple vista, pesan, de modo que las tengo que lavar una a una. Siete lavados. Para hacerlo tengo que bajarlas de su sitio y si quiero acceder a tres de ellas he de mover mi sofá, un genial y comodísimo sofá-cama que pesa lo que no está en los escritos. Pero ¡¡¡qué más da!!! La súper-energía no me dejaba pensar así que moví el mamotreto, puse una escalera, subí a ella, descolgué las cortinas, bajé, moví la escalera… y así siete veces. Y luego, siete lavadoras. Y después el mismo proceso pero a la inversa. Muy divertido.
Una de mis cortinas tiene un diminuto roto y quise cambiarla por otra para que se viera menos. Lo que no sabía es que todas son diferentes (no entiendo bien el porqué pero es así) y ninguna encajaba bien en el sitio que había dejado libre la cortina rota. En fin, que me tiré hasta la una y media barajando cortinas para nada, porque al final tuve que dejarla tal y como se encontraban al principio y a mi me dolía la espalda después de tanto, tanto ejercicio.
Y todo por un café.
La próxima vez que me encuentre cansada a media mañana me tomo una tila y me meto en la cama, os lo prometo.